Época: Reconquista
Inicio: Año 1000
Fin: Año 1300

Antecedente:
La corona de Aragón



Comentario

El predominio teórico de Aragón se contrarresta con la hegemonía eclesiástica que desde Tarragona ejerce Cataluña. De la misma forma que la ocupación de las tierras catalanas por Carlomagno fue acompañada de la vinculación o dependencia de la iglesia catalana al arzobispado de Narbona, la independencia política de los condes fue seguida de la creación de sedes episcopales en cada uno de los condados, y la tendencia a unificarlos al margen del mundo carolingio se manifiesta en el intento de unirlos eclesiásticamente mediante la restauración de la antigua metrópoli tarraconense, cuya restauración permitirá romper la dependencia respecto a Narbona y, también, de Toledo, donde desde 1086 hay un primado de Hispania. Al mismo tiempo, al conseguir que Roma incluya bajo la órbita tarraconense la iglesia navarra, los condes de Barcelona-reyes de Aragón recuerdan sus derechos sobre el reino, derechos que intentan hacer efectivos política y militarmente desde los primeros momentos, aunque para ello sea preciso negociar con Castilla la división de Navarra. El primer reparto conocido es de 1140: el emperador Alfonso y el conde-príncipe Ramón Berenguer, reunidos en Carrión, acuerdan dividirse la tierra que tiene García, rey de los pamploneses, de modo que Castilla recobre las tierras que había poseído Alfonso VI en la orilla derecha del Ebro y el cónsul barcelonés recupere cuantas tierras habían pertenecido a Aragón en tiempo de los reyes Sancho IV y Pedro I, vasallos que habían sido de Alfonso VI; el resto de los dominios pamploneses sería dividido entre Alfonso y Ramón en la proporción de dos partes para Aragón y una para Castilla, que basa sus derechos en el homenaje de fidelidad prestado a Alfonso VI por Sancho y Pedro, homenaje que renovaría Ramón Berenguer al entrar en posesión de su parte. Once años más tarde, al morir García Ramírez, se procede a un nuevo reparto, por mitad entre Aragón y Castilla. La dependencia feudal de Ramón Berenguer es anterior al reparto de Navarra, que nunca fue efectivo, y tiene sus orígenes en la cesión a Ramón de las ciudades de Zaragoza, Tarazona, Calatayud y Daroca con juramento y homenaje que por ellos le reconocería señorío, según Zurita. Este vasallaje se mantiene hasta 1177, año en que se suprime a costa de que el conde-rey renuncie a la conquista de Murcia, atribuida a la Corona en el tratado de Tudillén o Tudején de 1151 por el que castellanos y catalano-aragoneses no sólo se dividen Navarra sino que, además, fijan las zonas de influencia y de futura conquista de las tierras musulmanas. El conde (no se cita para nada su título aragonés) recibiría la ciudad de Valencia con toda la tierra desde el Júcar hasta el término del reino de Tortosa, así como la ciudad de Denia, con la condición de tener tales tierras en nombre del Emperador y de prestarle homenaje semejante al que los reyes Sancho y Pedro de Aragón prestaban a Alfonso VI por Pamplona; también corresponderían al barcelonés el reino y ciudad de Murcia, excepto las plazas fuertes de Lorca y Vera, que serían para el Emperador tanto si colabora en la conquista como si se abstiene de intervenir. Dos años más tarde, reunidos en Cazola -1179- renuevan el pacto contra Navarra, se prestan homenaje mutuo y modifican las zonas de influencia sobre las tierras musulmanas: Alfonso el Casto recibiría Valencia y su reino, Játiva y Denia, es decir toda la tierra situada entre el puerto de Biar, en el interior, y Calpe; en la zona de conquista castellana se incluirían las tierras situadas al sur de Biar o, lo que es lo mismo, el reino de Murcia. Con este acuerdo, indirectamente relacionado con el testamento de Alfonso el Batallador, se fijaban los límites orientales de Castilla y Aragón-Cataluña. Los repartos de sus tierras son neutralizados por García Ramírez y Sancho VI de Navarra (1150-1194) mediante una hábil política de equilibrio que les lleva tanto a reafirmar la dependencia feudal respecto a Castilla como a colaborar con el rey-conde para recuperar las tierras de La Rioja y dividirse los dominios del rey Lobo de Murcia; la inestabilidad del equilibrio entre Castilla y Aragón lleva a los monarcas a buscar contrapesos al Norte de los Pirineos mediante alianzas matrimoniales con Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra, y con Teobaldo de Champaña, cuyos descendientes se convertirán en el siglo XIII en reyes de Navarra. Sancho VII (1194-1234) inició su reinado en alianza con Castilla, que pronto fue sustituida por un acuerdo entre leoneses y navarros contra los castellanos. Solucionados estos problemas, Sancho ofreció sus servicios militares a los almohades, a cuyo lado combatió en el Norte de África. Durante su ausencia, el monarca castellano, que por su matrimonio con Leonor -hija de Enrique II de Inglaterra- se consideraba con derechos sobre Aquitania, intentó unir los dominios castellanos con los de su esposa y para ello ocupó Álava y Guipúzcoa, a pesar de lo cual tropas navarras colaboraron con las castellanas en Las Navas de Tolosa. La agitada sucesión de Alfonso VIII en Castilla y la minoría de Jaime I en Aragón permitieron a los navarros un respiro durante el cual Sancho organizó sus dominios, dio fuero a algunas poblaciones, fortificó la frontera con Castilla y consiguió el vasallaje de algunos nobles ultrapirenaicos. En 1230, unificados de nuevo León y Castilla por Fernando III, las presiones castellanas obligaron al monarca navarro a buscar un acuerdo con Jaime I, con el que firmó un pacto de prohijamiento mutuo que, como el testamento de Alfonso el Batallador, no fue respetado por los navarros, que ofrecieron la Corona en 1234 al sobrino del rey, a Teobaldo de Champaña, con el que se inician las dinastías francesas en Navarra. La unificación almohade puso fin a los reinos de taifas a pesar de la ayuda prestada por los cristianos a personajes como el Rey Lobo de Murcia y de Valencia, al que sucede en Albarracín uno de sus auxiliares, el navarro Pedro Ruiz de Azagra, caudillo cristiano que, como El Cid años antes, crea su propio señorío en épocas de inseguridad. Ni el portugués Geraldo Sempavor, señor de Extremadura, ni Fernando Rodríguez el Castellano, de Trujillo, tuvieron la habilidad de Pedro Ruiz de Azagra quien, oscilando entre Aragón y Castilla y con el apoyo de Navarra, logró no sólo mantener su independencia sino también aumentar sus dominios, obtener concesiones en Castilla y en Aragón y trasmitir los derechos sobre Albarracín a su hermano Fernando. Este mantuvo la política de equilibrio y contrarrestó la atracción aragonesa -se le concedieron honores y tierras en la comarca turolense- mediante una estrecha alianza con la Orden de Santiago, a la que nombró heredera de Albarracín en julio de 1190 al tiempo que vinculaba su iglesia a la toledana para evitar la intervención del monarca castellano. Aunque Albarracín pasó a los hijos de Fernando, la Orden de Santiago se convirtió en garantía de la independencia del señorío, cuya posición geográfica llevó a los señores a una vinculación cada vez más estrecha con la monarquía aragonesa, a la que sería incorporado el señorío a fines del siglo XIII. La presión de los condes de Barcelona sobre los territorios catalanes no pone fin a la relativa independencia de Urgel cuyos condes mantienen, al igual que Navarra y Albarracín, una política de equilibrio entre las potencias vecinas, política que lleva, por ejemplo, al conde Armengol IV a disponer en su testamento (1086) que si sus hijos murieran antes que él el condado pasaría al infante Pedro de Aragón y si éste muriera sin descendencia, el heredero sería el conde de Barcelona; en el caso de que a la muerte del urgelitano, su hijo fuera menor de edad, gobernarían el condado Berenguer Ramón II de Barcelona y Sancho Ramírez de Aragón, pero ninguno tendría la tutela del heredero, que sería confiado al castellano Alfonso VI. Esta política de equilibrio entre dos vecinos poderosos (Aragón y Barcelona) y el recurso a un tercero era la única salida para un dominio cercado por sus vecinos y a ella se atendrán, como hemos visto, el señorío de Albarracín y el reino de Navarra, que oscila entre Castilla y Aragón y se apoya cuando es necesario en los almohades o en la monarquía francesa. En virtud del testamento condal, Urgel inició en 1092 una mayor aproximación a Castilla. Los condes se relacionaron con la familia de Pedro Ansúrez, uno de los fieles de Alfonso VI, y adquirieron importantes dominios en la comarca de Valladolid; en 1102 el condado sería regido por Pedro Ansúrez como tutor de Armengol VI llamado el de Castilla, título que podría cambiarse por el de León al referirse a Armengol VII, al servicio de Fernando II de León en Extremadura, Galicia, Asturias, Salamanca, León... desde 1166 hasta 1184, año en que murió en un ataque a los musulmanes de Valencia. El alejamiento de los condes permitió el ascenso social de algunos nobles del condado, que pretendieron sustituir a la dinastía condal al morir Armengol VIII sin hijos varones y quedar el condado en manos de su hija Aurembiaix, monja de la Orden de Santiago y residente en León. El conde de Barcelona y rey de Aragón, Pedro el Católico, tuvo que intervenir para defender los derechos de Aurembiaix, pero los problemas continuarían durante el reinado de Jaime I.